Agacho mi cabeza, un oscuro pasillo, en sus paredes láminas de algún famoso pintor, y a lo lejos una puerta cerrada, abriéndose a un mundo tan hostil como acogedor, a una historia de amor de la que en un futuro quizá debería partir.
Un sofá tiznado como de carbón, entre cuyos asientos a veces con arrebato nos brindamos caricias, hace contraste con una estancia de un blanco impoluto, cuyo olor es el que posee la libertad y la cárcel, el brillo en los ojos, y la pasión que siempre fue y será una senda de levedad, aventura, dolor y arte. Olor que poco a poco se esfuma, con el guiso de un te quiero, el aroma del tiempo compartido, y lo que está por venir y que aún desconocemos.
Subo la escalera sin resbalarme, gracias a lo duro del trabajo de mi padre, el hombre que me enseñó el buen hacer y la valía, la honestidad y el saber llevar por bandera los matices de una decente vida.
Sala de invitados aún por estrenar, despacho de estudios todavía por conseguir, ventanas bajas, resquicios por los que ocasionalmente saluda insolente el sol, habitación principal en donde ya se consumó nuestro amor.
Y en los dos finales un lavabo y un espejo, para limpiarse las heridas, y en donde verte tal cual te hicieron, sin ropajes vanidosos ni pudor traicionero.
Desciendo otra vez, cruzo el salón, el que se corona con la abstracta pintura de Morin, y en frente suyo observo el candor del abrazo que fotografié, el de una madre y su hijo, sintiendo como míos esos brazos, a pesar de que ese hijo no tuviera mi nombre, a pesar de que a menudo tú me notas lejano.
Por último me dirijo a una cocina en la que un frigorífico me da el calor del alimento, y este horno que aquí encuentro el frío necesario en la ilusión, pues congelado noto mi pecho, que no quiere despertar de su anhelado deseo, que sin embargo es sentido como de otro, ajeno a este corazón que se ve prisionero de la razón.
Y aunque no es nuestro hogar todavía, ya que lo es más de la mosca que se instaló en él, es por mí junto a tí la alegría pretendida, tú que eres esa eterna y bella imagen mientras duermo, porque con los ojos abiertos no existo, así sólo soy alguien que va pereciendo por dentro.
Sé que alucino al contemplar a cada instante tus ojos, y al sentir como en este momento el rozar de tu mano, pues iluso me entiendo, ya que en el paladar llevo el sabor de tus labios.
Mas no me pidáis que retorne a la realidad de estar sólo, a la verdad de levantarme para comprobar que no tengo en dónde caerme muerto, llamarme loco si es vuestro deseo, que yo prefiero vivir lo que vivo, a pesar de que únicamente sea un sueño.
Escrito el 09/11/2014.
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