Suelo estar en mi tienda temprano, antes de ver cómo se despereza la vida del comercio urbano, antes de que los chavales se encaminen somnolientos y con cierto disgusto a sus primeras clases, en esa hora en la cual el rocío aún se adhiere a la hierba, en el leve intervalo de tiempo en el que el canto de los gorriones todavía no es sustituido por el del motor de los coches.
Suelo saborear un café antes de abrir mi negocio, justo cuando los estudiantes se encaminan apresurados al instituto.
Veo día tras día a todos esos jóvenes, y así llevo años, pero de todos ellos tan sólo recuerdo a uno en el que solía fijarme. Creí hacerlo por una empatía un tanto irracional, o quizá porque ese adolescente me recordaba al que yo también fui.
Le solía observar casi siempre rodeado de amigos, otros chicos y chicas que sin embargo yo intuía que eran distintos a él. Mi negocio se encuentra a poco más de cien metros de la puerta del instituto de la zona, y por las tardes, al dar por concluida mi jornada laboral e ir de camino hacia mi casa, mirando a través de las vallas, le encontraba en la pista entrenando con el equipo de baloncesto del centro.
Veía cómo destacaba, cómo sobresalía por su potencia, por su dominio en el aspecto físico y en la técnica, por su visión y entendimiento del juego, por el liderazgo que su entrenador y sus propios compañeros le atribuían, pero sobre todo por su alegría, porque a cada lance del juego parecía dejarse la vida.
Era en esos instantes, allí como me encontraba parado, viéndole entrenar y relacionarse, en los cuales yo más me preguntaba a mí mismo el porqué de la relación que había creado en mi interior entre él y yo, y no hallaba en ese momento ante esta cuestión respuesta alguna. Mas de repente, de un día para otro le descubrí caminando sólo, y en su cara vi cómo se reflejaba una profunda tristeza. Parecía que los que antes le rodeaban y le apoyaban ahora le rehuían, y por la tarde, al encaminarme hacia mi hogar me sorprendió no encontrarle entrenando en la pista, y más aún cuando al buscarle con la mirada le encontré en un rincón alejado del banquillo, sin ningún balón cerca suyo, mostrando un aspecto gris, un espíritu sombrío, y ante tal visión sentí una punzada de angustia, y me sentí en aquel anochecer desconsolado, casi no pude dormir, me hallaba intranquilo.
Al amanecer siguiente no le encontré, no fue al instituto, y por la tarde la canasta y sus compañeros parecían que habían ignorado desde hacía más tiempo del que en realidad había transcurrido su ausencia, todo parecía continuar del mismo modo sin él, y se podría decir que para este mundo aquel adolescente desaparecido no era ni tan siquiera un lejano recuerdo.
Fue en ese instante cuando tomé conciencia y lo comprendí, cuando descubrí claramente el porqué entre aquel muchacho y yo hice una relación de semejanza, y desde entonces cada mañana me le imagino dentro de una tienda saboreando un café, sonriendo al poder evocar sin dolor las amarguras del pasado, levantando al fin sus ojos y sintiéndose tal y como ahora yo me siento, siendo ante esta vida libre y feliz.
ESCRITO EL 22/01/2017