Hoy me levanté temprano y caí en la cuenta de que últimamente duermo más pero acumulo menos sueños. Bajé las escaleras de mi hogar, en silencio. Ya no deseo ruido a mi alrededor y siento que mi voz ha perdido su fuerza si es que algún día la tuvo.
El espejo estaba frente a mí, para qué iba a mirar si sabía perfectamente la imagen que me devolvería. La mañana se me antojaba un tanto amarga y mi café estaba tan caliente que me quemó la lengua y el comienzo de la garganta.
Salí de mi casa y las calles permanecían cohibidas, era consciente de que las personas que en mi pecho son sentidas probablemente a esas horas estaban dormidas.
Las agujas del reloj de mi muñeca era lo único que se movía, y yo que me hallaba sentado en un solitario vagón delante de una hoja en blanco no sabía qué decir, no sabía qué escribir.
Intento concienciarme día tras día, pues habría que reinventarse, aunque a menudo decaigo en las tardes sombrías y me da por pensar que cada vez hay en mi mundo menos excusas .
Al estar ya despidiéndose el sol levanté mis ojos y miré todos los objetos que contenía mi habitación, la mesa, los libros en la estantería, mis plumas, los papeles desperdigados, y observé que todo tenía a esas horas más luz, aunque a su vez todo había perdido bastante brillo.
Y sé que aún habrá para mí un nuevo mañana, algún que otro ilusionante proyecto, quizá a la vuelta de una esquina se me presente de frente un inesperado sueño, mas jamás podré evitar cierta melancolía ante lo que veo como se va, ante lo que sé que ya pasó, y es que uno se va haciendo viejo y empezar de nuevo se convierte irremediablemente en otro adiós. Adiós a un lugar en el que mi mente siempre recuerda que en él fue en verdad feliz.
ESCRITO EL 30/07/2018.