PRESENCIAS QUE NUNCA OLVIDAN

De niño tuve lo que yo creía que era un amigo. No sé realmente cuándo llegó pues le conozco desde que tengo uso de razón. En la escuela se sentaba detrás de mí, apenas a un par de pupitres de distancia, y cuando me encontraba realizando un examen se aproximaba y se ponía a mi lado quedándose ensimismado ante la hoja de mi prueba.

 

Parecía extremadamente ansioso, pendiente de todas mis respuestas, atento a todos mis actos, siempre incrédulo. Si no conseguía contestar correctamente acumulaba hacia mí un tremendo odio, un gran desprecio, y no lo disimulaba. Sus exigencias no me daban respiro, me inculcó su rigidez.

 

Me repetía una y otra vez: ‘’tú no puedes, tú no vales, no eres lo suficientemente bueno’’, y yo con el paso del tiempo lo fui asimilando.

 

A la hora de acostarme cubría todo mi cuerpo con una sábana y cerraba mi puerta con pestillo, a continuación intentaba dormirme rápidamente pues sabia que él se iba aproximando. Sé que quería llevarme a un lugar solitario y profundo y yo no deseaba que me arrastrase a su abismo de sombras.

 

Llegada ya la adolescencia caí enfermo y me percaté de que esa supuesta amistad de la infancia lo que era realmente era una tortura. En todos aquellos años anteriores a mi juventud cosas como salir a dar un paseo o entablar una breve conversación eran acciones que se hacían para mí muy cuesta arriba.

 

En tal estado de abatimiento y confusión mis padres tomaron una determinación. Buscaron centros especializados y a los médicos más reputados. Ellos pretendieron ayudarme estudiando mi personalidad, dándome pautas de conducta, intentando indagar en mis razones y sentimientos, y así, durante un periodo de tiempo no cesaron las idas y venidas de forma habitual al hospital…mas allí se seguía encontrando él, en todas y cada una de aquellas salas e instituciones que yo frecuentaba. Impertérrito, serio, sorprendentemente joven, cruelmente silencioso…

 

Hubo días en los que me encontraba sin ganas y me costaba respirar, continuar en aquella mentira a la que algunos persistían en llamar vida. En algunos de esos días de abulia creí intuir que en su mirada algo cambiaba, que quizá en él podría hallar algún atisbo de compasión. Mas al rato, cuando yo iba recuperando poco a poco la compostura, él volvía a lanzar una sonrisa entre burlona y sarcástica, y allí se quedaba, ya fuese sentado al borde de mi camilla o apostado en una esquina de cada habitación.

 

En algunas ocasiones cantaba al anochecer y se instalaba en mi cabeza un incipiente dolor durante horas.

 

 

Mas en este momento, siendo ya el adulto que en verdad soy, es cuando puedo asegurar que he conseguido cierta distancia entre nosotros. Sin embargo, debo reconocer que al torcer cualquier esquina le noto aún a mi espalda, pensativo, sigiloso, y sé que revisa todo lo que hago en mi casa y en el trabajo. Cuando sabe que mi pareja no está no duda en echarse a mi lado, le siento, sé que a cada instante está aquí. Ve todo lo que escribo, censura cada letra, y critica constantemente lo que hago.

 

 

No me olvida, jamás me abandona. Continuará mi camino allá hacia donde yo vaya, a pesar de todos mis esfuerzos, aunque luche y haya hecho todo lo posible por alejarme de él… sí, sé que nunca lograré darle de lado.

 

 

ESCRITO EL 13/06/2017