Un camino cubierto de hojas secas, la frescura que sentí al alba, esas verjas desde donde podía vislumbrar el jardín, y ese olor tan característico a rosas que me dio la bienvenida, todo ello lo recuerdo, todo ello viaja conmigo porque es parte de mí.
Hace un par de semanas pasé un día celebrando la navidad en familia en una fecha que no se corresponde según el calendario, y en aquella mañana de finales de noviembre quise dar las gracias a una persona que más que otra cosa podría denominar como amiga. Me recibió con la dulzura de su sonrisa, lo cálido de su abrazo, y la ligereza y desenvoltura de sus suaves y alegres carcajadas, la confesé antes de que amanecieran mis padres, que en mi interior aposentaba un sentimiento de absoluta frustración, pues me veo como un hombre sin valor, soy un hijo avergonzado, pues no puedo cumplir con todo aquello que deseo.
Entonces fue allí, en aquella cocina aún medio en penumbras, cuando me comentó con una mirada vivaracha y risueña y con una voz serena y llena de bondad, que mis padres es verdad que se hallan enfermos, pero que debo continuar haciendo lo que hago, porque lo que ellos realmente quieren es tener la oportunidad de sentir en su piel la emoción de ver mi triunfo, quieren observar cómo disfruto con lo que realizo, sin olvidarme, eso sí, de tener algún tiempo para acordarme de ellos. Siempre podré hacer alguna llamada a lo largo del día o de vez en cuando una visita inesperada…. pero sobre todo me dijo que lo que más desean mis padres es mi propia felicidad, y que, además, por supuesto, para cuidarles en las cosas cotidianas ya está ella.
Fue a continuación, antes de que yo pudiera balbucear palabra alguna, cuando se oyeron unos pasos y se abrió la puerta. La presencia de mi padre me hizo guardar silencio, y algo más tarde, después de los desayunos, preparativos y diversas tareas, tuvimos sobre la mesa una comida suculenta. Disfrutamos en familia y también ella se sentó con nosotros, pues desde hace tiempo es parte de ésta.
Con la excusa del descanso, antes de volver a partir aquella misma tarde, subí a mi antigua habitación, cogí una pluma y una hoja en blanco, y escribí un texto que después metería sin que nadie lo supiera en el bolsillo de un abrigo suyo que se encontraba colgado en la percha de la entrada, tal escrito dice así:
LA ROSA Y LA LLAMA
Cuando la calidez del sol
aún no ha aparecido,
y la mañana es todavía
fruto de un espejismo,
se levanta una rosa
en silencio
para disipar la bruma
de nuestro jardín.
Se afana sin descanso,
elimina el intenso frío
que dejó tras su paso
el rocío,
y así cuida de las demás flores,
les proporciona el calor necesario.
Se preocupa
otorgando cariño,
y se entristece
si las ve sufrir,
pero sólo lo hace
cuando se halla a solas.
¡Mírala! ….
jamás se oculta de ella la sonrisa,
a pesar de los pétalos marchitos,
aunque envidiosas rosas claven espinas en su tallo.
Decidió dar su máximo esplendor
manteniendo siempre
su llama encendida,
dándole vida
a la luz de la pasión.
Para esa bella, vigorosa,
y apasionada rosa
es este texto que he escrito
en un intento de mostrarle mi gratitud,
pues sería algo ridículo regalar una flor a una rosa,
algo absurdo no tenerla cariño,
y estúpido no hacerlo de corazón.
(PARA TERE, CON CARIÑO Y GRATITUD) ESCRITO EL 29/10/2016