Soy un mendigo con una cruz de oro a la fuerza labrada,
un estudiante sin lápiz ni cuaderno,
ese ser intolerante que custodia un sentimiento bohemio,
sé que soy el cirujano jefe de mi alma.
Por estos laberintos con luz de melancolía me adentro,
en tu subsuelo Madrid
contemplo y escribo,
este incómodo asiento
cobija mis sueños,
uno de ellos es que tu desees leer
lo que expresa esta pluma
del sufrimiento y su delirio.
Renací con espuma en la boca,
en un instante caliento como la saliva recorriendo tu cuerpo,
mas no atisbo ninguna esperanza,
mi sangre se despide,
se agota y se marcha.
Paraje baldío
sin fruto ni sustento,
algunos recuerdos de aquel viejo navío,
a mis amigos de entonces no les reservo mi pecho,
son muertos de esta mente que no es ni parte ni esclava de otros caminos.
Cada cual que explore como quiera esta senda,
en ocasiones la mía transcurrió entre los pasillos de un hospital,
nadie es ni juez ni amo de otro destino,
mis enseñanzas me mostraron siempre a un Dios que fue un ejemplo de caridad.
Justo entre tanta injusticia,
amigo fiel sin condiciones,
compañero de tu alegría,
musica con partitura de amor en todas sus canciones.
Miro por la mirilla que abre la puerta de mi malgastado espíritu,
y puedo ver una ilusión.
Palabras susurradas a la hora del postre,
pasión que brota a raudales,
porque el que lo probó aún no lo sabe,
tan solo es la locura de un pensador atrasado en el tiempo
y su hambre.
Escrito el 29/01/2015.