Se metió en un cuarto que se convirtió en una lúgubre celda, allí pasó los cinco últimos días, apenas comía, beber era un lujo, el necesitar algo de descanso un maldito derroche. El tiempo devoraba sin piedad el sentimiento aún retenido, lo que en la ausencia de ella y de su latido, en la huida a través del viento de su aroma, jamás retornaría hacia él, cuya locura se encontraba en desear la gloria.
Obsesivamente se preguntaba, ¿lo conseguiré o se frustrará mi voluntad?, ¿lograré plasmar lo que realmente fue, o se perderá para la posteridad?.
Ante tales cuestiones no hallaba respuesta, ningunos labios a esa hora susurraban palabras que acariciasen su oído, cuyos tímpanos escuchaban atentos únicamente el roce del pincel contra el todavía desértico lienzo.
La pintó con tonos vivos, después con otros de menor vistosidad y lucidez, probó también con los más violentos y expresivos, todo era en vano, su carrera, su nombre, su codiciada firma, lo que realizó en el pasado en este momento no servía, su persona y su figura eran un auténtico fracaso.
Poseía la técnica de un gran maestro, tenía el talento necesario, por ello alcanzó las mieles del éxito, pero últimamente, al intentar el reto marcado, comprendió que no era ni mucho menos un genio, se descubrió como el más triste y mediocre ser humano.
Lágrimas comiéndose el color, devolviéndole a la tela su blanco, dolor interrumpido que sangra, que cae por la manchada paleta y se mezcla con el grasiento óleo. Líquido rojo y espeso que recorre las baldosas de un suelo sucio y gris, sorpresa que atraviesa como un destello el mundo al nacer el resplandecer de su alba.
Muñecas cercenadas después de haber contemplado su última obra, de ver su creación terminada, un cuerpo bello y sin ropa, el de aquella mujer que fue su amada. Inerte y en descomposición descansa ahora junto al suyo, el más osado de todos los artistas que en vida conocí, cuyo puño apresurado y rabioso, antes de perecer dejó en una nota sencilla escrito:
Ya ves cariño mío, quise plasmar lo que sentía, lo que era mi amor, y ya tan sólo en la eternidad que dure mi memoria verán un cuerpo desnudo y vacío. Ante ello me di absolutamente cuenta de la torpeza que atesoran mis dedos, soy un completo inútil, y la desilusión me corroe por dentro.
Lo siento querida, espero no defraudarte, pero prefiero mi muerte antes que tener que recorrer yo sólo un paso más de esta senda, pues alguien se olvidó de que la que yo emprendí, únicamente tenía su sentido si era compartida contigo.
En este instante lúcido entiendo, que el destino nos espera unidos en el sepulto, quizá en la profundidad y la soledad del nicho, podamos por siempre acariciarnos el alma, y ya nunca tener que separar nuestros caminos.
ESCRITO EL 19/08/2014.