JUEGOS PELIGROSOS.

(Dedicado a algún compañero perdido pero jamás olvidado, y a todos aquellos que se propusieron cambiar y perecieron antes de lograrlo.

Este texto va sobre todo por ti David, cuando escucho a los Beatles te evoco postrado en la cama en la que te ataron, sé que se realizó por tu bien, para que no te hicieses daño. Hablar contigo me enseñó lo que es luchar contra una desesperación vital a la que yo día tras día estoy venciendo.

Gracias doy a esta existencia por haberte conocido, ten por seguro que posees un lugar de privilegio en mi memoria.)

 

Era una noche fría de viernes en una ciudad cualquiera, el tiempo no se detenía ante su ansiedad, permanecía cruel e impasible, y sentía unos insidiosos nervios por lo que le parecía una interminable espera.

Apoyaba su espalda contra la pared, el resplandor tenue de las farolas iluminaba una calle sin vida, las persianas de sus edificios se encontraban casi en su totalidad bajadas, apenas circulaba algún coche o se vislumbraba de vez en cuando un solitario gato. Un par de muchachas con unas minifaldas a su parecer demasiado cortas, que enseñaban sin pudor unos pronunciados y para nada sutiles escotes, pasaron a su lado, le miraron descaradamente, una de ellas le guiñó un ojo, pero él desvió la vista y encaminó sus pasos con un cigarro en los labios al pub que se encontraba en frente, justo en donde en breve había quedado.

Aquel lugar era un auténtico antro, su luz era en exceso escasa, el olor una mezcolanza dulce y barata que aturdía los sentidos, parejas de desconocidos se besaban metiéndose mano al fondo, mientras, un músico decadente de jazz tocaba el piano subido a un pequeño e improvisado escenario.

Pidió un gin-tonic, sacó la cartera de su bolsillo, y al abrirla para pagar se quedó observando una fotografía que tenía, la de aquella amada mujer que le había dado tanto, a la que él tanto adoraba y quería.

Miró su reloj con impaciencia, hizo traquetear sus dedos en la barra, fue al servicio de caballeros, se echó en la nuca agua. Jadeos de lujuria tras una puerta, dos hombres borrachos orinando y riendo a su espalda. En ese momento vio en el espejo una cara algo demacrada, con un surco violáceo que se iba a cada instante acrecentando, y con gran sorpresa comprobó que era su propio rostro.

Es entonces cuando comprendió lo que ya sabía, que era necesario en él un cambio, y se propuso ir al hospital para informarse al próximo día, a la mañana siguiente sería, cuando por fin, para tener la posibilidad de empezar un tratamiento acudiría.

Sintió cierta felicidad, pero la angustia de la necesidad le asediaba por dentro, alguien por detrás le tocó el hombro, una persona que le abrazó, que le dio a continuación un beso con el mismo sabor que el que tenía el que le dio Judas a Jesucristo.

Salieron del lugar juntos, pero sólo su Camello volvió sin él al lado, iba acompañado de otro hombre, un ser vil que escondía en su chaqueta un cuchillo ensangrentado.

En un oscuro callejón perdió lo más valioso que tenía, lo que era la cadencia de su latido y el bello recuerdo del amor.

Al amanecer una escueta esquela en la iglesia, y por ti el único llanto de la que realmente te quería y una oración, hallando al llegar a vuestra casa tu ausencia, sintiendo ante ello un profundo sufrimiento, pues se dio cuenta que en aquella fatal noche para siempre te habías ido.

 

Escrito el 22/08/2014.

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