En esta obra nos ha perpetuado una artista que amanece, mi opinión siempre humilde es que posee talento, y su pincel debe y puede dedicarse a cumbres cada vez más altas, pues lo suyo no es plasmar únicamente meras figuras, sino lo que esconden éstas, sus esencias e incluso sus almas. Este es mi parecer, y si viniera un docto maestro expresando lo contrario, pensaré que es debido más a no perder su estatus que a ser objetivo, ésta es la fe que por esta pintora cuyo nombre es María ostento.
Entre los retratados constituimos una orgullosa familia, la nuestra. No es ni nunca será especial, pero es la que nos es propia. Tempestades se desataron bien pronto en su seno, odio con sabor a amor, asfixia interrumpida por el abandono, dolor de no tener elección, y decisión pendiente de un rey impasible que permanece altivo en su trono.
La melancolía que a menudo reflejamos en el rostro se respira en las paredes de un hogar que se tambalea, se encuentra varada en tierra baldía, separada de mi añorada Madrid, de esas vetustas calles vivaces y castizas.
En el interior de estas paredes cada segundo es eterno, cada hora un suspiro, dos de sus miembros se hallan de ellas ausentes, mas jamás nos han olvidado a los que permanecemos.
Cicatrices curadas con vinagre y sal, sangre que ningún vampiro aprecia, deseos de escapar en el sombrío futuro y de permanecer al cuidado perenne.
Ellos son mi principal inspiración, aquí presento a mi familia, posiblemente no sea la más tolerante, ni mucho menos la más divertida, tampoco aunque en ocasiones lo parezca la que se detesta intensamente. Pero lo que sí es y será, al menos para mi cuerpo y mi mente, es la más amada y querida, la más odiada y sentida.
Escrito el 01/06/2014.
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