Se despertó de súbito y allí se encontraba, en la soledad de su cuarto. Una tenue luz atravesaba las rendijas de una persiana casi cerrada al completo, y se sentía extraño, era él mismo pero le faltaba algo.
No tenía ni hambre ni sed, salió de su habitación y bajó las escaleras del hogar en donde habitaba, pues ahora descansa en otro más angosto, mucho más lóbrego y oscuro.
Le dieron ganas de salir al mundo y declararse al viento libre, de correr como un loco anunciándolo por calles y avenidas, de pararse a contemplar nidos en los árboles de cualquier parque.
Así lo hizo, sintiéndose en ese instante otra persona, diferente a la que había sido en su pasado, y comprobó así lo que quizá era ser feliz.
De pronto, al torcer una esquina, a lo lejos vio cómo un tumulto de gente se congregaba, sirenas resonaban a lo lejos, y él haciéndose paso llegó al lugar en el que halló un cruel descubrimiento.
Su cuerpo se encontraba tendido, sin respiración y casi sin pálpito, alguien intentaba reanimarlo, pero allí se quedó inerte tumbado en el frío y gris asfalto.
Comprendió entonces que aquel vacío que sintió al despertar era el de su propia carne, y en alma en pena se ha convertido, ahora se le puede observar por las noches de luna llena caminar por su ciudad triste y errante, pues se dio cuenta cuando llegó su fin del total y absurdo desperdicio que había sido su vida, tratando de demostrar a los demás lo que únicamente él se tenía que demostrar a si mismo, encarcelado en una sociedad con prejuicios que convirtió en propios, no siendo libre jamás, y de este modo no pudiendo amar fuera de sí a cualquier otro.
No esperes a que sea demasiado tarde, susurra él por las aceras con la brisa, vive y deja vivir, jamás odies, y nunca tengas por nada ninguna prisa.
Escrito el 17/04/2014.