Miró su reloj, se dio cuenta de todo el tiempo que ya se había convertido en pasado, en la lejanía de la niñez, y en el transcurso de la cruel enfermedad, esa que le acompañó en su adolescencia, aquella que por aquel entonces devastó su futuro, el que se prometía brillante, cambiando de forma definitiva el devenir de su existencia.
Ahora se le ve sentado, en una plaza del centro de un Madrid que ama, en esa ciudad espera en un futuro morir.
Los transeúntes pasan distraídos a su lado, no se percatan de su insignificante presencia, esa que empieza a aceptarse, la que comienza a valorar lo que hace, pues su persona no realiza nada para contener un siempre ilusorio éxito, ni por complacer a nadie, únicamente busca hallarse en paz consigo mismo, por fin se respeta sintiéndose así libre.
Mueve su cabeza hacia un lado y hacia el otro, espera algo impaciente, a un ser que se le representa como un sueño, algo que deseó y que con cierta sorpresa en realidad se convierte.
En este momento era consciente de lo que su mente hace tiempo sabía, pues experimentó la belleza de éste mundo al verla acercarse lentamente, y al poder observarla frente a frente entiende lo que es sentirse alegre.
Halló la felicidad que es auténtica, esa que jamás proviene de nadie, sino que viene de un lugar interior, quizá del fondo de la emoción que siente el vientre.
Y es que ahora es un ser libre, y contempla su futuro como algo que pase lo que pase merece la pena vivirse. Encontró en si mismo una fortaleza que permanecía oculta, y lanzó un suspiro mezcla de placer y pasión cuando tus labios beso y tu sonrisa descubrió.
Escrito el 29/03/2014.
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