MI ABUELA Y LA MÚSICA.

La amada anciana que se encuentra en esta fría tarde a mi lado, en la humilde biblioteca de este madrileño centro geriátrico, parece tranquila y deleita su oído con antiguas canciones, las cuales escucha con atención, pues es una música que proviene de aquella lejana edad en la que joven se sentía.

En esta sala hay colgados unos cuadros de color ocre, lirios y tulipanes decorando toda la estancia, y en un lateral hay una ventana que da dirección norte, a través de la que se vislumbra un jardín esperando su despertar a la mañana próxima. También se encuentra un reloj del que parecen retroceder las manijas, ya que sus palabras sólo al pasado una y otra vez retornan, en él recuerda la rígida figura de su padre, y como conseguía que las campanas de una antigua iglesia resonasen por la aridez de la campiña. Dice que un buen día aquel hombre se quedó dormido, postrado en su lecho de sábanas raídas, y pienso que seguramente ella le acompañará pronto en ese largo viaje, pues la naturaleza jamás a nadie le perdona.

A sus noventa y cuatro agostos todos saben, que ya está muy cerca la guadaña con ese corte que le abrirá las puertas del cielo, así la muerte la tenderá al fin con dulzura los brazos, para recoger su cuerpo en su seno, manteniéndolo con su agradable calor eternamente.

Aquí está, en una silla con ruedas su porte permanece erguido, tiene el pelo cano y su dedo se asemeja a una porra, un rosario blanco que le regalé está aposentado sobre su pecho, y una cadena de plata con la Virgen del Sagrario la lleva pendida de su cansado cuello, aún conserva el anillo de ese amor que se halla ausente, y por terminar, las arrugas que surcan su rostro, la barbilla cada vez más hundida y su voz que en este momento se puede oír debilitada, revelan unos años, en los que la experiencia suele esconderse haciéndo perder con frecuencia la cabeza a cualquiera, y desestabilizando a menudo el ánimo y la mente.

Sin más que reflejar en este texto, esta es hoy mi abuela, en una tarde de finales de enero, en la que tengo la esperanza e ilusión de que si próximamente llegase su hora, lo haga sin dolor ni ninguna cruel pena.

Deseando poder verla en otro cercano atardecer, antes de que su alma deje atrás la mundanal existencia, y también que mis ojos puedan contemplar hasta mi vejez, toda la felicidad que se puede encontrar en esta vida, y que en este momento la puedo observar en ella, cuando tararea una antigua canción y siente con sincera pasión toda su musical belleza.

Escrito el 30/01/2014

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