LOS MINUTOS

El niño juega encima de la alfombra con su coche de bomberos. Parece insensible ante lo que ocurre, imperturbable, pero sé muy bien que me observa, me mira de soslayo cuando cree que yo no me doy cuenta, como impaciente.

Yo estoy de pie al lado de la chimenea. Ojeo una foto colgada en la que aparece ella, la madre, junto a mi amada. Cierro los párpados y la puedo ver allí, en el hospital, tumbada en una camilla, preparando su alma para una posible muerte, con la esperanza de poder continuar con su vida.

Es entonces cuando recuerdo mis absurdos enfados, todos aquellos malentendidos, los momentos en que quise llevar la razón cuando la única verdad es que no nos poníamos de acuerdo. Pienso en todas mis frustraciones por una vanidad que ahora desprecio, ya que me veo tal cual soy, humano e imperfecto, pues sólo tengo el valor de haber llegado a tu fibra más íntima, la de tu corazón, ese que se encuentra en la lejanía a mi lado, pero que tengo presente que se marchará cuando el sentimiento cese. Mas soy consciente de que no hay que llorar por lo que se fue, sino que sonreír por lo que has tenido.

Pienso en que no me arrepiento de nada de lo que he hecho, pero hubiera cambiado en mi vida tantas cosas, que mirando a este zagal que es su hermano, quisiera poseer su edad, para así tener un nuevo existir por delante, y poder modificar algunas, esas que a veces perturban mi mente. No obstante me doy cuenta de los años que arrastro, de que debo asumir con valentía decisiones que tomé hace tiempo, de que otros vendrán detrás de mi, encontrándome yo de este modo más cerca de la vejez, de la última luz en mi ocaso.

Mas pasan los minutos, y no sé nada. Miro el reloj en la pared, y me parece que no marca la hora. Es entonces cuando se oye el sonido de un timbre, ante cuyo ruido no reacciono, haciéndolo el chaval, que me acerca el teléfono.

Ahora él se muestra intranquilo, y yo me siento nervioso. Una voz resuena al otro lado, una conocida, que dice “todo salió bien”, que añade al final un “te amo”.

Abrazo al instante con lágrimas en los ojos al niño, que se aferra a mi cuello llorando, le explico que todo está bien, que su madre está a salvo, que la vida continúa, y que hay que disfrutar de ella mientras ésta perdure. Quedándome ahora en silencio, con él apretado contra mi cuerpo, rogando en este momento a Dios, que aquel inocente ser jamás aposente odio, que ame y se desengañe, que sufra dolor y sienta alegría, que crezca y madure, pero que nunca desfallezca desilusionado por esta vida.

Porque el tiempo pasa, y cuando menos lo esperas, todo lo demás sobra, menos tus sentimientos y tu memoria. Debiendo en ambos casos, o al menos hacer el intento, de tanto en la mente como en el pecho, retener algo bello dentro.

ESCRITO EL 23/11/2013.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s