Hay días en los que te quieres quedar en la cama, en completo silencio, en perpetua oscuridad. Por no ser comprendido, por estar cansado de tanta lucha sin hallar recompensa. Dándote cuenta del desprecio, del prejuicio, del miedo que irradias con tu mera presencia. Puesto que no entienden en su inmensa ignorancia, que tu posees una mente mucho más lúcida que la suya, pero que callas por prudencia, porque cuando hablas no te escuchan. Porque te acallan alegando tu presunta locura, a pesar de que lo que dices es sincero y lo pensado coherente y honesto.
Por eso comprendo a los que abandonan, entiendo su frustración plena, porque son golpes bajos recibidos todos los días. Porque los que tendrían que ayudarte y apoyarte, en su mayoría, no saben hacerlo. Porque muchos son tan hipócritas como denuncian que lo es esta sociedad. Sin llegar nunca a saber que tienen a personas a su cargo que en mayor o menor medida dependen de su guía analítica. Sin comprender que de que se les conduzca o no de manera certera depende su futuro. Uno con tenue luz, u otro lleno de sombras. Truncando a veces por negligencia o descuido realidades favorables. Por sus malos gestos, por su altiva desfachatez de creer tenerlo todo sabido en una ciencia tan compleja, que se halla todavía en su comienzo. Poniendo de este modo etiquetas, que todos aceptan sin entender su significado, lo que ellas provocan.
Tanta lucha perdida, tanto sufrimiento y dolor, en estos días en que prefieres quedarte en la cama, quizá hasta con el legítimo deseo de morir de inanición. Por tantas renuncias impuestas, demasiadas pruebas a tu valía. Que sin embargo, hagas lo que hagas, será cuestionada, cualquier acto tuyo explicado bajo un mismo punto de vista, el de un maldito diagnóstico, eso que nunca serás tu, pero que a nadie parece que le importe.
Para colmo, hay quién te tacha de débil, sin ni siquiera llegar a intuir cuanto cuesta a veces sonreír, teniéndote que tragar tanta mentira. Sin que se den estas personas cuenta de que las superas en inteligencia, que tu patología no es la de la estupidez, y que hace mucho que ya no te valen simples palabras, puesto que en ellas dejaste de creer.
Por todo ello, cualquier otro no se hubiera levantado jamás. Al veinteavo golpe se hubiera quedado anclado, sin que nadie pudiera hacerle ningún tipo de reproche. Sin embargo, yo enderezo mi cuerpo y sigo en la batalla cotidiana. A pesar de aposentar una cruenta guerra interna, y a que me hallo en un ambiente hostil. Ese que a seres humanos como a mí nos ofrece la vida misma.
Confesando que a veces deseo tirar la toalla. Frustrado, cansado, reventado por el desánimo. Mas continuaré caminando mientras mi pecho no cese de latir, mientras no se pudra en el infierno que sé que me espera.
Por ello, en mi ocaso, cuando me tumben en el lecho eterno, los que en verdad me quieran en lugar de llorar con tristeza, sonreirán con tremenda alegría.
Puesto que cuando llegue mi hora, con brindis festivo quiero ser despedido. Aunque creo y deseo que aún mi fallecer está lejano.
Pretendiendo en el tiempo que me queda, el que me ha sido otorgado, con tinta y papel continuar luchando.
Escrito el 04/10/2013.