Miro en el reloj de mi muñeca como pasan los segundos, levanto la vista hacia el que hay en la pared de enfrente, y termino observando como si nada cómo trascurren hasta diez minutos. Siento una parálisis que aumenta, que me inutiliza, y noto cómo algo atenaza mi pecho. Un torno invisible esta comprimiendo un corazón que se halla cada vez más débil, a cada momento más exhausto. Un corazón que es el mío y se agrieta, al que su propia tristeza le ha desalojado la alegría, quedándose tan sólo de inquilino una cruel melancolía, la que siempre paga el alquiler con lo amargo de su pena.
Un pitido, una alarma, dice que todo esto terminó, sucesión de pasillos y escaleras, y de golpe lo que queda de tibio de una brisa de ciudad, aire impuro al que amo, a pesar de que sé que me está lentamente matando.
Siempre encuentro razones por las que desearía escapar de este lugar para así retornar al calor del hogar paterno, aunque éste a menudo me asfixie, a pesar del ahogo que en él siento, pues es vivido por mí como si fuera una cárcel cuyos barrotes aplastan lo que soy, ya que engullen mi propio valor, mi osadía de no necesitar a nadie en ningún momento. Todo por escuchar unos pasos contra el parqué, algún susurro lejano, y es que seria capaz hasta de hacer el peor de los pactos con el Diablo con tal de no enfrentarme con esta soledad, con tal de poder huir de mi mismo, aunque únicamente fuese durante un breve rato.
En el subsuelo, anclado en algún asiento del metro, observo como cada tres minutos pasa alguien pidiendo limosna, y me percato, gracias al contraste que existe entre la luz del vagón y la oscuridad del túnel, de cómo mi rostro se ve reflejado en el cristal, dándome cuenta al igual de como tú me dijiste un día en el pasado, que yo también me siento vacío y abandonado.
Ahora todo a mi alrededor son edificios altos, vehículos que no saben muy bien hacia donde van sobre este gris asfalto, y aceras repletas de transeúntes que si te miran lo hacen altivos, esta es mi ciudad, el veneno que siempre respiro, lo que tú ya habrás olvidado.
Llego a ese portal que nos vio tantas veces besarnos, y entro en una casa que ahora es tan sólo mía cuando hace apenas dos años era de ambos. Tu aroma, tu risa, todo en este sitio está impregnado de ti, y abro la caja de zapatos donde tengo nuestras fotos, transportándome éstas a un sueño irreal, arrastrándome hacia un mundo que ya no existe, uno en el que fui feliz, aquel en el que mi futuro estaba diseñado para permanecer a tu lado.
Entra poco a poco la oscuridad de la tarde a mi cuarto, hay una botella vacía en la mesa, miro por la ventana para contemplar aquel horizonte en el que sé que tú ya no estás, pero me topo de bruces con un muro. Rabioso y lleno de una fiebre que me martiriza, me repito a mi mismo que te esperaré, aunque sé muy bien que nunca será así, a pesar de que comprendo que ya no volveré a sentir jamás tu tacto.
Escrito el 16/08/2015.