Como esa breve imagen
que permite caer esta lágrima,
hay una aldea pobre,
una plantación de arroz,
y en su mismo centro una cabaña.
Tan humilde como ella es,
en su cesto solitario
tengo oculta una guayaba.
Ruego a mi Virgencita de café,
antes de echarme hoy a dormir,
que me acune al perecer,
que me acoja en el partir.
Sueño del que ya disfruté,
pues en otra historia creí vivir,
de la que no hay a esta hora un posible amanecer,
pues no lo consigo recordar,
ni ver, ni sentir.
Mango que eres del corazón,
que el canto de aquel gallo no lograste olvidar,
tan sólo tú me dejas lo evanescente de aquel dulzor,
y la amargura de otro doloroso y lejano despertar.
Pero ahora paisano mira
si es que quieres mirar …
¿No es esa de ahí la palmera
que desafía al cielo y al infierno?,
¿aquella de la que si no bebes de su savia se desvanece?,
mas dicen los sabios que no debieras desearla,
pues desde antaño se comenta que ella es la muerte.
Y sin más cuento ni leyenda,
pruebo en silencio mi pena,
la de aquel licor llamado tierra,
que en un día maldito de locura y de tormenta,
como un vacilante héroe abandoné.
Mas cobarde me siento,
en esta noche de borrachera,
del suicidio de mi esperanza,
de la renuncia de toda fe.
Y es que entre la humedad de estas sábanas,
descansa hoy mi añoranza,
llanto del que quiere
abandonar su desgracia,
danza macabra del que no tiene el poder de llegarlo a hacer.
Comprendo que mi tristeza fue el despedirme,
estas nubes de ahora son grises,
la única alegría que anhela mi alma,
es la de pensar que volveré.
Escrito el 07/05/2015.