Hace un par de semanas que me ronda una pregunta por la cabeza, no es otra cuestión que el significado de unas letras que encontré en un papel y la blanca rosa que había a su lado, ella se me antojó bella y pura como el arte, sincera como unos acordes rasgados al ritmo de un adiós.
Desde este tiempo observé más si cabe a los músicos que deambulan por el Metro, aquellos que envuelven los vagones y pasillos casi como si estuvieras en un sueño, y puedo ver ahora mismo a aquel africano que me vendió su disco y me regaló una sonrisa, cinco monedas por diez canciones, y aquel amable gesto que me llenó de agradables sensaciones.
Se puede decir que una rosa y la simpatía de aquel artista propiciaron que me plantease escribir este texto, y por él sé muy bien que no me darán ni una ni cinco monedas, quizá porque no lo valgan ni su nivel ni su estilo, aunque te aseguro que está escrito con toda la pasión y el sentimiento que poseo.
En este momento evoco al trompetista que me recuerda sin llegar a saber muy bien el por qué y salvando todas las distancias a Loui Armstrong. No creo que sea por la utilización del mismo instrumento, pero seguramente sí por el ímpetu, por parecerme que tiene en la voz algún rasgo parecido, por ese ¨mundo maravilloso¨ que retumba cuando le escucho en mis oídos. También a los dos ancianos y virtuosos violinistas de la estación de Canal, y a ese cantante itinerante que entona las letras de Silvio Rodríguez, el cual, al menos en la voz en nada le tiene que envidiar, sin olvidarme de aquel grupo de América del Sur y esa Cumbia que levanta los ánimos de los cansados ciudadanos, recordando y transportando a algunos el sonido y los sabores de su tierra, e insinuando a otros que aún quedan hermosos parajes por visitar, y que en ellos además de pobreza hay mucha alegría y vida, notas bellas que habría que explorar.
Con melancolía comprendo que en el tintero se quedan muchos otros, tantos otros músicos del subsuelo que no piden por su arte nada más que la voluntad, aunque yo los conozca o no quiero honrarles a todos ellos, pero sobre todo a alguien llamado Diego, que no sé si se encontrará aún entre nosotros o si se halla en algún lugar del cielo, a pesar de que en mi esperanza está el deseo de que su Heavy Metal resuene por algún rincón de Londres o Berlín, porque sé que en la concurrida estación de Nuevos Ministerios rasgó las cuerdas de un sentimiento ese hombre, aquel con vaqueros ajustados y melena rizada, ya que el otro día en su lugar de siempre me encontré su ausencia y una rosa con una nota, en ella había dibujada una guitarra y se podían leer tan sólo las palabras ´´para Diego y su guitarra´´.
Transito con tristeza, cada día que pasa desde hace dos semanas observo que ni él ni su música retornaron por allí, al igual que contemplé cómo terminó en la basura aquella flor.
Fue cuando pensé que debería escribir sobre ello, y lo bonito que sería que cuando yo faltase, en el asiento de un vagón parecido a dónde suelo escribir, alguien dejase un clavel y una nota, ´´para Daniel y su lápiz´´, y la ilusión, que por difunto ya no la tendría, de que un aspirante a músico viera retirar y tirar ese papel, y así, como hice yo con el poco talento que esta existencia me otorgó, compusiera una melodía, para que el recuerdo de este pobre escritor resonara en ese subsuelo de Madrid que tanto ama. Significaría que mi escritura en alguien hizo mella, sería el más bello de los éxitos, aunque tan sólo lo hiciese un lector.
Escrito el 19/01/2015.
Me gusta muchos te honra
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