(Aquí muestro un escrito de mi amiga Ana Hernando, fue nuestra decisión el que yo lo publicara junto al que a mÍ, este suyo me sugirió. Son dos estilos totalmente diferentes, esperamos que los dos les gusten a todos ustedes, al menos a los que aprecien nuestro hoy mutuo esfuerzo.
Mi gratitud va principalmente hacia ella, y se extiende hacia los lectores que siguen o siguieron alguna vez mis humildes textos)
POEMA SIN TÍTULO DE ANA HERNANDO
Y las moscas sobrevuelan
buscando mi alarido definitivo.
Conocen la piel desgarrada
debajo del vientre invisible,
se confiesan con el fluido incorpóreo
que empieza a descender
lentamente por entre mis labios,
y que desafía peligro inminente.
No conocen el sabor del peso de la sangre
ni olfateando los lagrimales.
Mi canción, como mortaja sudorosa,
corrompida alrededor de las muñecas,
es testigo de la violación con mis manos acometida.
Es escarbar de huellas hacia dentro,
buscando con la punta ínfima una prueba.
Una por detrás de mis entrañas
arrepentidas, sometidas al vaivén
de la dictadura de las venas.
Y, los órganos,
como mercenarios.
Allá no hay herramienta digna de llamarse útil, longeva, paradigma.
Como los mecanismos de un reloj
pueden caer entorpecidos
bajo mis dedos y, el tiempo,
el tiempo pararse buscando más de la nada inútil.
Reconciliarme con la tierra y sus gusanos
sería más de lo que mi impronta conveniente
podría hacer en la mancha del espejo.
EL VUELO DE LAS MOSCAS.
Las moscas sobrevuelan como buitres
ese cuerpo que exhala un alarido definitivo.
Conocen a la perfección
la piel y el desgarro
que se oculta por debajo
de tu vientre invisible.
Ese que es tan sólo tuyo.
Se confiesan beatas
con la densidad de tu sangre,
la que a esta hora desciende por tus labios,
la que de esta forma
desafía con valentía
un peligro inminente.
Ellas no conocen el sabor
de las gotas de dolor
que recorren tus lagrimales.
Llega a mi oído esa melancólica canción,
la que compuso tu leve y falsa sonrisa.
Observo cómo recorre la brisa de esa habitación,
entre cuyas cuatro paredes
habita ese olor a mortaja y sudor.
El que en este momento
a tu inerte persona pertenece.
Y tiene el viento el deseo
de expresarme sin pronunciar palabra
tu eterno adiós.
Los cuadros fueron los únicos testigos
de la cruel violación,
la que cometieron tus propias y temblorosas manos,
llenas como se encontraban
de sufrimiento,
de violenta confusión.
Escarbaste hacia tus adentros,
buscaste las pruebas de alguna justificación.
Pero allá no hay herramienta que sea ni útil ni longeva,
únicamente podía aumentar en ti,
y así lo hizo,
la desesperación.
Y los órganos se convirtieron en mercenarios de tu carne.
Puedo verla bajando sus dedos,
los cuales actuaban como el mecanismo de algún reloj roto.
Sé que a continuación cerró sus ojos,
expiró para ella su tiempo y la espera.
Ese tiempo que nunca se para,
y que de todos se oculta,
que se esconde sin buscar nunca más tu vacío inútil,
el que esa tumba que es la tuya demuestra.
Siento un inmenso desánimo,
para siempre en herencia fue lo que me dejaste.
Mas poco importa ahora
si te reconciliaste con ésta
nuestra maldita tierra,
pues en el barro de su olvido con lentitud consigues hundirte.
De ti tan sólo me queda el eco de un rumor
y escasos recuerdos alegres,
el de aquel perfume en la oscuridad de aquella noche en la que te amé,
y el del dulce sonido de tu risa al despertarme.
Sobre estas manchas resecas que fueron tu perdición
es en dónde en este instante me hallo completamente sólo.
Este es el vulgar lugar en el que te perdí,
aquí pereció tu alma para mi.
Pero aunque quisiera no lo logro evitar,
pues por tu ausencia lloro y me despido
escribiéndote estas últimas e intensamente odiadas letras.
ESCRITO EL 02/09/2014.