Calles con cuestas que ascendían y bajaban, sendas estrechas y angostas, muchos andares han caminado su asfalto, el mío también recorre Toledo, que es tan señorial como Musulmán, Judío y Cristiano.
Geranios adornan sus balcones, olor a belleza se atesora por los rincones, dentro de sus recios muros se esconde algún pasional secreto, y la devoción de sus fieles se mezcla con el caudal de un río que eleva el susurro de sus aguas hasta las iglesias de la ciudad y sus altares.
La Catedral, monumento imponente y vetusto de peregrinación, que en su alba fue una simple mezquita, de la que quedan antiguas creencias, como la de la conservación de su primera piedra y otras leyendas, pero sin duda, todos tienen la certeza de que el lugar que se eligió para su construcción, es el más místico de Castilla y su tierra.
En este instante, en uno de sus bancos me hallo sentado, madera compacta y noble que otorga descanso, en este que es el día de la Virgen del Sagrario, cuya pureza y bondad brinda su guía durante la eternidad de los años.
Quizá fue Ella la que provocó la elevación de este espíritu, que hasta aquel entonces se encontraba marchito, la que le insufló un soplido de ilusión, a ese mi maltrecho corazón, pues entre aquellas gruesas columnas, al contemplarla con atención, volví a sentir aquellos sentimientos de antaño, los que mi memoria no logra recordar a que inocente edad olvidó.
El coro entonaba Glorias al Cielo, ese que retornó a mi alma y mi cuerpo, más no sé ni sabré si fue sugestión o tu Divina persona, la que a aquella hora me devolvió todo lo que fui.
Lo que a este ser que soy yo le define, aspirando siempre a ser justo y cauteloso, que aunque a veces sé que reniego de lo religioso, sus enseñanzas comprendo que me calaron hondo, y me hicieron poseer una voluntad que es mi orgullo, una que sentiré mientras exista como una de las más fuertes y firmes que conozco.
Escrito el 26/08/2014.