Caya miraba por la ventana al sol que nace, otro día, tal y como hizo ayer, sin saber si en el incierto futuro lo volverá a hacer.
La vida le había violado la inocencia, ya no creerá a ciegas en nadie, podrán llamarla suspicaz los ignorantes, pero nunca se les ocurrirá decirle cobarde.
Ha aprendido que debe mentir, que tiene que mostrar con falsedad una sonrisa, también que el dinero es necesario para su necesidad de libertad, si no se convierte en tu cárcel, si él no te posee.
La experiencia le enseñó que las buenas palabras no importan, que la voluntad humana depende de cada propio interés, que se proclama justicia comportándose frecuentemente con injusticia, y que cualquier hecho será interpretado siempre desde dos opuestos puntos de vista.
A Caya se le salta una lágrima, los valores que le enseñaron de niña no sirven, la honestidad raramente existe porque cada cual tiene un precio, pues todos venden su alma por una ficticia felicidad.
Ya no hay héroes, decía la canción, ella recoge su mochila, como cada mañana encamina sus pasos a la estación.
Nihilista convencida y disidente de este mundo, su cuerpo y sus formas podrán ser esclavas de las convenciones, pero su mente volará por tierras que ni los burócratas ni los necios conciben.
Escrito el 17/07/2014.