AVE SIN RUMBO.

Respiro el aire puro de los Picos de Europa, abajo quedó Covadonga, su cueva, su vegetación, Don Pelayo la campana y su cruz, pero también cierto aroma de ilusión.

Recorriendo aquellos caminos sinuosos, observando pacer a las vacas, razono sobre la esencia del ser humano, y sólo consigo ver una inmensa oscuridad en la que se distingue en ocasiones algún haz de luz.

¿Qué soy yo? me pregunto, y puedo vislumbrar mi egoísmo, la desidia que me envuelve, este malestar continuo que me corroe las entrañas. Mis compañeros de viaje se burlan, no tienen mala fe en sus palabras, únicamente es que no saben como entender a una mente que piensa y siente de manera diferente, a un alma que quizá ha nacido extraviada.

Lagos entre montañas, en el agua se refleja mi cara, parece cansada. La melancolía ronda mi cabeza, evoca a unos padres ya ancianos, una vida pasada, un desperdicio no enmendado que jamás retorna.

Continúan mis preguntas, ¿he aprendido algo? y me muestro como un niño, soy aquel temeroso zagal que tiene que pedir permiso para hablar, que ruega poder encontrar un sitio que le otorgue un poco de anhelada libertad.

Cojo un puñado de tierra con mi mano, que noto como se deshace y se desliza con ella, todo mi cuerpo es en este instante polvo, ceniza de un mundo que su tiempo nunca frena.

Olvidado por todos, querido con condescendencia por su pena, siendo arena que emigra, ave sin rumbo a la que nadie espera.

Escrito el 11/07/2014.

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