EL RETORNO A MI HOGAR.

Llegué al umbral de la puerta de aquella casa, la que fue hace tiempo mi hogar. Desde la verja pude observar como el jardín de la entrada que antaño se veía tan bello, tan esmeradamente cuidado, aparecía ahora como envuelto en una maraña de maleza, la cual ocultaba lo que fue tan hermoso. Los ventanales tenían las persianas bajadas, y de sus balcones descendían enredaderas secas llenas de hojas marchitas.

Me recibió con un fuerte abrazo el amigo más fiel de mi familia, el señor Balzac, que me sugirió que no entrase, puesto que aquello me iba a resultar profundamente desagradable. Sin embargo, sin hacer caso alguno a sus requerimientos, penetré traspasando la frontera que pasa de la realidad a los recuerdos.

En la cocina vi la imagen de mi madre, sonriendo, agarraba en su mano la cuchara de madera que le regalé algún día de improviso, porque en un momento anterior a aquél comentó cuanto le gustaría tener una. Los rayos del sol llenaban toda la estancia, que mantenía por aquel entonces un dulce calor con sabor a bienestar y paz, pero hoy en ella está todo oscuro,  una desnuda bombilla la iluminaba con su tenue luz, y aquella mujer que parecía plena de alegría se encontraba desde hacía bastantes años ausente.

De las paredes del salón colgaban unos cuadros de los que se había esfumado su vivo color, aquel que yo había evocado tantas veces en sueños, y en la alfombra crecía en este momento el polvo en vez de ese inocente niño que me convirtió en hombre, en la chimenea había posadas tristes cenizas, en vez de encontrarse en ella un ardiente y visceral fuego. Un olor a podredumbre y muerte invadía toda la casa.

Subí por unas escaleras de mármol sin brillo, en las lámparas y en las esquinas se podían apreciar telas de araña, al llegar arriba lo primero que vi fue mi cuarto vacío, allí se hallaba la felicidad de la niñez y la adolescencia, que al marcharme de aquel lugar y convertirme en adulto, se tornó en una auténtica soledad y en un profundo hastío.

Fue entonces, en el instante en el que me encontraba enfrente de la puerta de la habitación de mis padres, cuando la realidad me dio un golpe que me hizo retornar al presente.

Aspirando una bocanada de valentía, abrí con lentitud la puerta quejumbrosa de aquel cuarto, y allí, tumbado en su cama, con los brazos en cruz sobre el pecho, se hallaba mi padre sin alma, y pude de este modo contemplar la risa de la muerte, que se encontraba velando su adiós a su lado.

Escrito el 15/02/2014.

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