Por unas angostas calles de Madrid, entre su gris asfalto y el ajetreo de sus castizos ciudadanos, tuvimos un primer encuentro, al que siguieron varios.
Los emprendimos con algo de ilusión, yo ausente de esperanza, y el tiempo me indicó que no me equivocaba.
Y sé que no mereces ningún texto, por tu burdo y vil sentimiento, que aposenta su dulce rostro, en el hombro de otro cuerpo. Que seguro que amará tu joven belleza, pero que jamás sabrá amar tu esencia.
Tienes que saber, que el paso de los años con su inevitable desgaste, hará que se esconda de tu cara esa pureza. Que tus ahora fieles admiradores desaparecerán, que llegará un momento en que ya no llamen a tu puerta, y que tu ardiente lecho, frío quedará. Mas tú en este momento no te das cuenta, tan inocente como eres.
Mientras, yo seguiré buscando algún rumbo que me guíe hacia un corazón sincero, pues lo prefiero, antes que compartir un mismo colchón a cada vez más breves momentos.
Porque conozco tu futuro, ¡quiera Dios que me equivoque!, al ser el mismo del de tantas, que se creyeron nobles, y al final la realidad les hizo en el barro revolcarse.
De este modo sufrirás y te refugiarás en el salvador rezo, como hiciste siempre, puesto que en tu cobardía no supiste nunca afrontar en soledad esta vida, no hallando así, una por ti buscada alegría.
Y yo ya no estaré ahí para amortiguar tus golpes. Habré volado a otros labios más honestos, hacia otro querer que sea más auténtico.
Poseyendo así fidelidad eterna a esta mi alma, que se muestra vagabunda y sincera.
Dándote las gracias, por hacer que abriera mis cegados ojos. Esos con los que empezaba a amarte. Contemplando en la lejanía, la falacia de aquel mayo, en el que juntos nos creíamos felices, siendo el mutuo latir falso. Marchando yo al fin de una senda por ambos brevemente compartida. Abandonando a esa rosa marchita, que es tu presencia, y que en este instante se pudre en un rincón olvidado, puesto que de mi pensamiento raudamente desaparece.
Sabiendo que no mereces ningún texto, por tu burdo y vil sentimiento, que aposenta ahora su dulce rostro, en el hombro de otro cuerpo. Que seguro amará tu joven belleza, pero que jamás sabrá amar tu esencia.
No malgastando en ti más mi tinta, sin rencor eternamente me despido.
Contento estoy al haber mantenido la promesa, de tener un verbo auténtico, que intenta no mentir nunca, ni siquiera por un amor, que se mostró deshonesto.
Reescrito el 09/10/2013.