POSIBLE ÚLTIMA VEZ

Bajamos por la adoquinada cuesta que conduce a la residencia donde habita una mujer recia y valiente. Que se halla en el último trecho que por ella debe ser recorrido. Es un día caluroso. Sofocante. De cielo encapotado. Llamamos al timbre. Una puerta de rejas grises se abre, permitiendo nuestro acceso.

Los tres miembros de la familia que nos mantenemos unidos. Debido al crecimiento, y por consiguiente, inevitable disgregación por parte de mis hermanos del suelo paterno. Permaneciendo únicamente yo. Quizá el más débil. Firmamos el registro de visitas.

Nos encaminamos a continuación por largos y oscuros pasillos. Dejando a nuestro paso habitaciones a ambos lados. Las celdas de almas viejas que esperan su Juicio Final. Llegando así a la puerta buscada. Hecha de madera. Con un bajorrelieve cincelado a la altura de la cabeza. Que muestra un número determinado. Giro el pomo y permito pasar a mis padres. Entrando los tres en silencio. Con el debido decoro. Con la prudencia adquirida.

Allí se encuentra ella. Con su pelo cano. Entre aquellas cuatro paredes llenas de soledad.  Sentada en su silla de ruedas. De cara a la ventana. Como mirando a través de los cristales. Aunque sus ojos sólo son capaces de intuir movimientos envueltos en una nebulosa grisácea y blanquecina.

Su amada hija. Mi madre. Roza con sus labios la mejilla de esta anciana mujer. Que esboza una sonrisa sincera y hermosa. Quizá una de las más bellas que yo haya contemplado jamás. Pareciendo dar vigor a su rostro. Un rostro que expresa en su rugosa piel el triste ocaso de una existencia plena. Cuya travesía en esta vida, pronto se tornará recuerdo. En nuestra mente. Que se quedará con el sabor de la  añoranza. Manteniendo su imagen  plasmada en las fotografías que se le han ido realizando.

Entonces aparece a su lado mi padre. Dándole otro beso. Preguntándola por su salud. A lo que ella, volviendo su cabeza y su alegría hacia él. Contesta con un amable: bien, gracias. Teniendo aún la capacidad de reconocer a sus seres más cercanos. Aunque empieza a tener ocasiones en las que se abruma, y se le crean lagunas mentales. Haciéndola perder la noción de quien es y de donde se encuentra.

Y por último yo. Su nieto. El que le escribe algunos textos intentando provocarle pequeñas dosis de felicidad. Mientras comprenda mis palabras. Mientras se acuerde del humilde autor que escribe estas letras. Y que se sorprende cuando ella coge mi cabeza entre sus manos. Pareciéndose en este instante a un artista observando algo verdaderamente valioso. Maravillado ante la presencia de su propio arte. Preguntándose como ha sido posible que sus manos hayan producido tanta belleza.

Salimos de su angosto cuarto. La conducimos hasta la pequeña, poco surtida, y escasamente usada, biblioteca de la residencia. Allí, con voz trémula, entona una melodía. Probablemente aprendida en la niñez. Una canción por nosotros desconocida. Que es una ofrenda a la Virgen del Sagrario. La que provocó la inspiración que propició sendos nombres, los de madre e hija. Que ambas ostentan orgullosas.

Después transcurre el tiempo velozmente. Envueltos en una conversación llena de nostalgia. De melancolía. Rememorando antiguas batallas ya vencidas. Asemejándose a la recapitulación  del argumento de una novela expresada por el propio realizador de la obra.

Y así, de forma inexorable. Imperturbables pasan las horas. Llegando el momento de la despedida. Sorprendiéndonos. Quedándose mi abuela en su desgastado trono. Que estará presente en su inevitable desfallecer. Siendo testigo de su más profundo suspiro. Del último hálito de su longeva vida.

Nos mira compungida. Pesarosa ante nuestra inminente marcha. Cuatro besos me otorga esta entrañable dama. Que como un sello quedan impresos en mi mejilla. Siendo como un tatuaje marcado con fuego. Que permanecerá perenne. Que no huirá puesto que su pesada ancla está clavada en mi pecho.

Nos alejamos. Ella se queda mirando hacia un incierto infinito. A la espera de recibir el afectuoso abrazo de su bondadoso y bienaventurado Dios. Que seguro le perdonará todos sus pecados. Y que es intuido ahora por ella muy cercano. Sabiendo que junto a ÉL, reposará su alma en un lecho eterno.

Abandonamos el edificio que representa el papel de última vivienda de nuestro ser amado. Sin poder saber si será la última vez que hayamos contemplado su sincera y bella sonrisa. La de esta mujer que presente se halla en mi sangre y en mi alma. Y que hasta mi certero fin, ahí permanecerá.

Escrito el 15/08/2013.

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