Miedo, este es el resumen de los últimos años de mi vida. Miedo a leer los mensajes que llegan a mi teléfono, a las cartas que recibo en el buzón, miedo a lo que veré si miro lo que hay tras la ventana.
Ayer conseguí salir de mi hogar para dirigirme al instituto, la gente al cruzarse conmigo me miraba de arriba abajo como suele ser habitual, murmuraban con sus acompañantes moviendo la cabeza para expresar su desaprobación. Un par de niños de menos de diez años de edad me señalaron con el dedo, se rieron a carcajada limpia y ningún adulto de su alrededor les dijo nada.
Encontrándome en el metro se me ocurrió levantarme para cederle el asiento a una persona mayor que acababa de subir, noté entonces cómo sus ojos se llenaban de ira, me escupió, me insultó, y escuché a los presentes hablar ofendidos de mí. Sentí cómo sus miradas me atravesaban al igual que lo hubiera hecho un puñal recién afilado y lleno de vergüenza me bajé en la siguiente parada.
Por los jardines que hay en la entrada de mi centro de estudios recibí por parte de tres de mis compañeros alguna que otra colleja. Otros, pocos de ellos, los que yo considero que son los más educados, se apartaron amablemente al ver que yo pasaba cerca de ellos mientras se les oía susurrar críticas despectivas y hasta hubo uno que me propinó varios insultos en voz alta con bastante maldad y sorna.
Al llegar a la clase me coloqué al final del aula y puse un folio encima del pupitre, el silencio se apoderó de mí, de las lecciones impartidas por el profesor, de todo aquel edificio. En un momento dado me percaté de que el papel que tenía debajo estaba mojado, alcé en ese instante mi mano para tocarme el rostro y pude sentir cómo las yemas de mis dedos se humedecían.
Más tarde regresé a mi casa sin querer levantar los ojos de las baldosas grises del camino, procuré no escuchar, rogué para que me sobreviniera una ceguera que lo dejase todo en penumbra, pero al llegar justo al lado de mi portal mis ojos pudieron observar en el suelo un mensaje, en grande, con letras bien marcadas en rojo para que todos los que pasaran por allí pudieran leerlas, aunque lo que ponía estaba escrito sólo para mí, únicamente para la persona que deseó que lo que veía reflejado allí en verdad ocurriera… ¨muerte al normal¨.
Subí corriendo las escaleras y me metí en la cama sin querer saber nada más de este mundo.
Al cabo de un tiempo he conseguido tener la fuerza suficiente como para poder levantarme, es de noche, no sé la hora, aunque tampoco me importa. Siento frío mas esa no es la causa de mi temblor. Rezo para que no aparezca el sol nunca más por el horizonte, rezo para dejar de existir. No quiero vivir aquí, al menos no de este modo.
Soy el único propietario de un infierno particular, lo he conseguido a fuerza de ni haber destacado jamás en nada ni de haber sido tampoco muy malo. Por eso siento odio haca mí, me corroe por dentro el dolor intenso de ser así, tan común, tan normal. No pertenezco a nada, no me parezco a nadie.
ESCRITO EL 05/05/2018
Literatura fantástica a la altura de Kafka. Es el relato de La Metamorfosis, en negativo, el reverso.
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