TÓXICO

Siempre amanezco sin aliento, desanimado, no tengo ganas ni de salir a la calle ni de ver cómo aparece tras las montañas la luz del sol, y odio tener que ver al despertar mi rostro reflejado en el espejo.

 

Detesto que me intenten dar conversación, inclusive cuando alguien con indecisa intención me espeta algo parecido a un “buenos días”.

 

Esta misma mañana, al subirme en el metro, un joven viajero ha rozado mi codo. El vagón estaba casi vacío pero él se ha aproximado en exceso. No he tenido tiempo para evitar ese desagradable contacto y sentí ganas de vomitar. Tuve náuseas durante el resto del día hasta bien entrada la tarde.

 

Además, al saludarme uno de mis compañeros nada más cruzar la puerta de acceso de mi trabajo volví a notar cómo el gas que últimamente me invade ha comenzado a salir por todos y cada uno de los poros de mi piel.

 

Creo que lenta e inexorablemente va apoderándose de mí el silencio, semana tras semana observo cómo todos los que antes se acercaban en este momento intentan evitarme, y a cada minuto transcurrido me invade cada vez de forma más profunda la soledad.

 

Por ello ahora sé que el gas que crece y se hace dueño de mí tiene deseos de expandirse. Es una especie de enfermedad que tiene como síntoma principal la amargura.

 

No pienses jamás que si no quiero hablar contigo ni deseo escuchar tu voz es porque tú tienes la culpa. Ten la certeza de que si me encierro en mi mismo y no voy a verte no es porque no te añore ni te aprecie ya que todo es más sencillo.

 

Sencillamente me ausento de ti porque tengo la esperanza de no contagiarte.

 

 

 

ESCRITO EL 29/01/2018.

 

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