Me despertó un estrépito como de avalancha, me sustrajo de tu mundo y el mío, en el que nos estaba uniendo con sus brazos Morfeo.
De súbito, vi cómo a mi lado un bello rostro chocaba contra el asiento delantero, y a algunas gotas de pavor saltando de él por el asfixiante aire, cuyo sabor se volvió agrio. A mi me había contenido en mi sitio el cinturón que me salvó en aquel instante la vida, que no obstante se tornaría en una cruenta agonía.
Miré a un lado y su opuesto, sólo gritos y sollozos, mi corazón latía raudo de emoción, queriendo a martillazos salir de su desbocado pecho.
No sabía si aquel vehículo era parte de un sueño o si yo estaba despierto. Se balanceaba como si fuera una cuna, la que movía la mano de una madre, la mía, la que mi pecho amaba y se hallaba dulce entre aquél caos, la que desde hace años sentía ausente. Mientras tanto, únicamente se oía una nana de desesperanza y de tormenta.
De repente, caí con mis compañeros de ruta hacia el vacío, llegando a las puertas de un abismo de frío líquido. Vaivén de corriente, gente que se había empotrado contra el techo y vuelto a descender a sus asientos, con bastantes huesos rotos, algunos ya realizando el viaje del destino humano, el que todos emprendemos, el que comprendí que para mí se encontraba cercano.
Río que entra en este ataúd improvisado. Tumba de historias desconocidas, anónimas, que saldrán a la luz de su oscuridad al amanecer siguiente, en no pocos noticiarios y papeles.
Y mi existencia se escapaba volando en imágenes por mi mente, apareciendo de nuevo tú junto a un Morfeo con guadaña, que me abre sonriente sus brazos, como siempre victorioso. Atrapándome de este modo en un suspiro la eternidad de la muerte.
(Escrito como ejercicio del curso de Estilo)
Escrito el 05/01/2014.