Me despierto en mitad de una noche cerrada, en la que me encuentro algo somnoliento y cansado. Una tormenta se cierne sobre mi humilde aposento, el viento lo embiste con una fuerza y violencia extrema. Todo ello termina produciendo, el temblor de mi aún ausente cuerpo.
Estoy postrado en un cuarto sombrío, que me cobija de toda hostil existencia. Siento una punzada de miedo, al observar por mis ventanales acercarse, unas rayas de luz brillante, que iluminan la oscuridad del frondoso e inhóspito bosque. Éstas, sin mediación ni piedad, chocan contra la soledad de mi pobre hogar, recayendo cientos de piedras sobre el cemento y los ladrillos que recubren mi sosiego, que se torna en este momento en estupor y pánico, cuando una de ellas atraviesa el débil cristal.
Es de un color verde esmeralda, tan bella, que froto mis incrédulos ojos para comprobar que es real. Abro mi mano y la agarro, quema e ilumina como si fuera una estrella pequeña, y ante esta fría noche que está aconteciendo, la poso en mi regazo, saliendo en este instante de ella, un leve haz multicolor de fuego.
Que contiene en su llama sueños que estan por venir e historias que se han de vivir, y que me envuelve por completo, creando todo mi ser y mi aún amorfo cuerpo.
En tal circunstancia me hallo, sintiendo aquel tibio y placentero bienestar, cuando escucho un estrépito huracanado, que arranca estas paredes, destruye mi bosque, y me arroja al mar de la humanidad.
Lloro al perder la tranquilidad del no existir, y siento por ello un intenso dolor. Oigo unas risas que me saludan cuando llego con alegría, y olvido aquel haz multicolor que me envolvía.
Doy el paso a una nueva vida, que estará llena de ilusión y de experiencias. La cual se verá truncada algún día, al llegar el final de mis peripecias.
Escrito el 24/12/2013.