EL REFLEJO.

Hoy tuve una charla con mi médico que se tornó dificultosa. Le hablé de un hombre al que observo a menudo, como si fuera una estatua al aire libre que se mueve. A veces hasta sueño con él, preguntándome si no habrá llegado a ser una obsesión.

El doctor contemplaba mi cara desolada, y me incitó a que escribiera, a que buscase su esencia.

Y yo salí de la consulta desesperado, con mi lápiz en la mano, sacando algunos papeles de mi cartera, esa que me acompaña siempre fiel, metiéndome en la primera cafetería que encontré en mi tránsito.

Pensé en él. Sentado en una mesa de mármol blanco recapacité sobre ese ser que parecía tan desgraciado, que poseía ese rostro tan melancólico, que tenía un hablar tan pausado. Ese hombre de silencios profundos, que intuía que me ocultaba algo.

Llegué a la conclusión de que era preciso tener una entrevista con él, los dos solos, yo con mi libreta en la mano, él teniendo que satisfacerme, teniendo que pronunciarse honestamente. Si no, nunca hallaría su verdad, lo que era y es para mi en esta vida lo más preciado.

Me marché de aquel antro y me encaminé a la estación ferroviaria. ¿Quién es esa persona de pelo largo y seriedad extrema? ¿Qué pretendía evadiéndose de la raza humana?.

Al rato, el tren circulaba raudo por los raíles. Me guiaban a otra ciudad, a un distinto ámbito. Fue entonces, en la última estación, justo al apearme del vagón, cuando me le encontré de bruces, cual máscara viviente. Estaba apoyado en una farola, esperando el autobús.

Al instante, decidí seguirle, agarrando una hoja entre mis manos. Parecía ausente, como moribundo. Contenía la tristeza de la belleza que se va marchitando.

Bajamos en la misma parada, yo le seguía muy de cerca, observando su andar inseguro, su melena bailando al viento. De repente, al torcer una esquina le perdí, descubriéndome de súbito en mi misma calle, la del hogar compartido con mis padres.

Entré atropelladamente en mi casa. Alguien balbució algo a mi espalda, pero no hice ningún caso. Casi estaba al final de las escaleras, entrando en el cuarto de aseo, cuando la realidad empezó a clarearse.

Ahí estaba él, mirándome con expresión burlesca a través del espejo.

Fue entonces cuando este autor cogió su pluma, y encerrándose en su habitación no volvió apenas a salir de allí. Quedándose así medio muerto en vida, medio vivo en su escritura.

Escrito el 08/11/2013.

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